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¿Por qué hay violencia y protestas en Costa Rica?

Manifestaciones en las calles, bloqueos de carreteras y represión policial por más de dos semanas. Reacciones en las bolsas de valores internacionales, llamados al diálogo, plan de salvación, pancartas en contra del FMI, intervención de la Iglesia, desconfianza, impotencia y mucha incertidumbre.

La escena podría describir una escena típica de Caracas, Bogotá o Buenos Aires, ciudades siempre convulsas por una u otra razón. Pero ¿qué pasa en San José, la capital de Costa Rica, el país conocido como la ‘Suiza centroamericana’?

Hace dos semanas, los costarricenses tomaron las calles contra un posible acuerdo entre el Gobierno del país y el Fondo Monetario Internacional (FMI) por 1.750 millones de dólares que suponía para el país cumplir una serie de condiciones. 

Así, campesinos, camioneros, estudiantes, comerciantes, pequeños propietarios de tierras y desempleados se unieron contra el inminente aumento de impuestos y los recortes del gasto público, que implicaban la fusión de instituciones estatales y la privatización del Banco Internacional de Costa Rica y la Fábrica Nacional de Licores, fundada en 1850.

Tras días de protestas y bloqueos, Alvarado retiró la propuesta de acuerdo con el FMI, pero esto no significa que haya desistido del plan, que cuenta con el rechazo también de la Asamblea Legislativa. De acuerdo con analistas financieros, el presidente maniobra para avanzar en las negociaciones internas y alcanzar un pacto más digerible para los sectores que se oponen a la medida, incluyendo al empresariado nacional, cuyos negocios están dirigidos al comercio interno.

Sin embargo, lo cierto es que un consenso nacional no parece algo posible ahora mismo. La Iglesia se ofreció a mediar entre el Gobierno y los manifestantes, pero el presidente condiciona ese diálogo al cese de las protestas. Además, la historia latinoamericana tiene nutridos ejemplos de lo que suponen las recetas «milagrosas» que ofrece el FMI.

El argumento del gobierno del presidente Alvarado es que el ‘Plan para superar el impacto fiscal de la pandemia’ ayudará a paliar los efectos de la crisis económica generada por la pandemia del covid-19, donde el desempleo alcanzó la cifra histórica el 24 %. Uno de los sectores más afectados es el ecoturismo, uno de los motores de la economía costarricense.

Este año, no obstante, Costa Rica se convirtió en el primer país de Centroamérica en formar parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el exclusivo club de las naciones más desarrolladas. Su entrada a las «grandes ligas» fue anunciada con bombo y platillo por el gobierno de San José. Para ingresar al «club» tuvieron que reformar 12 leyes, entre ellas, las que facilitan las transacciones en la zona franca.

Los Ticos
El pueblo costarricense se muestra orgulloso de figurar entre los 25 países con mayor biodiversidad en el mundo. Con tan solo 51.100 km² de superficie, en este pequeño territorio habitan más de 500.000 especies, lo que representa el 6 % de la biodiversidad mundial. Una cuarta parte de su territorio es reserva natural protegida.

En medio de una Centroamérica marcada por la violencia y la pobreza, Costa Rica luce. La expectativa de vida es de 79,2 años y la renta per capita promedio es de más de 13.000 dólares. Es un destino consolidado del ecoturismo, no inmune al narcotráfico, pero con cifras muy inferiores a sus vecinos.

Sin Ejército desde 1948, el país goza de estabilidad política y aparentemente democrática. Buen alumno de las políticas neoliberales, ha experimentado un crecimiento económico sostenido en las últimas décadas y, además de la exportación de productos agrícolas, ha creado también un mercado exportador de bienes electrónicos.

Costa Rica aparece en el puesto 12 entre los 155 países evaluados por el Informe Mundial de la Felicidad de 2017, publicado por Naciones Unidas. Los costarricenses, además, son vistos como un pueblo educado. No en vano es el país que más invierte en educación en toda la región (7 % del PIB).

Sin embargo, cuando se observan con detenimiento los pequeños detalles, se aprecia una creciente desigualdad social y un aumento de la exclusión de los pobres. En 2019, el 21 % de la población vivía por debajo de la línea de pobreza, de acuerdo con datos del Banco Mundial. La pobreza extrema, además, se ubicó en un 5,8 % de los hogares que no cuentan con los ingresos suficientes para satisfacer sus necesidades básicas.

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